domingo, 12 de mayo de 2013

Delirios en el País de las bellas: La belleza que mata.







No conocí a Adriana Carolina Hernandez. La primera vez que escuché su nombre fue el día que leí la noticia de su muerte. Pero su historia me resultó tan familiar, que sentí podía comprenderla, mirar su fotografía y lamentar que a sus jovenes 26 años, Adriana probablemente muriera por soportar esa condena silenciosa que formar parte de la cultura Venezolana: el deber de ser bella. Porque Adriana, no murió victima del hampa o de alguna lamentable enfermedad. Murió porque sucumbió a esa idea de la estética que persigue, que acorrala, que abruma. Murió por intentar alcanzar la perfección imposible.

Adriana Carolina murió deseando ser bella.


La historia la he escuchado tantas veces que ya no me produce solo tristeza, sino también cólera. Una mujer joven entrega su salud intentando encontrar ese ideal de belleza que se exige, que se insiste, que aparece en todas partes y presiona en formas sutiles. Adriana murió, porque en Venezuela la belleza se comercia, la belleza es necesaria, la belleza aflige, la belleza lastima. En el País de las Mujeres más hermosas, se busca el "Cuerpazo" antes que la sonrisa, se mira las tetas, antes que la sonrisa. Y es que en este país donde se admira lo superficial, la estética se ha convertido en un arma para agredir, en un concepto que intenta limitar la identidad, convertirla en un artículo consumible, en un producto de anaquel que se puede comprar y también vender. Y Adriana probablemente lo temía. Lo sufrió en carne propia.

Leí la noticia temblando de furia. Pero no solo por lo que tuvo que sufrir Adriana, muriendo a sus veintiséis años intentando complacer un ideal estético, sino por la Venezuela que escucha la noticia y juzga a la victima, que con toda tranquilidad, pasa la página y encuentra un culpable para no mirar quién empuña el arma que llevó a Adriana bajo el bisturí. Leo, en la red a través de Twitter alguien que comenta "Se lo merecía, nadie la mandó" y a alguien más sentenciar, con esa rotundidad de lo ridículo "Eso es culpa de ella por tener antivalores". ¿Que ocurre en Venezuela? me pregunto asombrada.  Miro la fotografía de Adriana en la hoja del periódico: sonríe con timidez a la cámara, el cabello pulcro y bien cortado, maquillaje excesivo. Lleva un escote bien visible. Pero son los ojos que miran, al espectador, al juicio, quizá a si misma los que me desconcierta. Los ojos de una mujer ingenua, de alguien que confía  que teme, que busca aprobación. ¿Quién es la culpable de tu muerte Adriana? ¿Tu propia necesidad de complacer, de asumir la belleza como un estereotipo o este país de plástico  este país adorador de la imagen que no existe? Pienso en los comentarios que leo con frecuencia que se burlan del sobrepeso, que alaban las curvas, que insisten que la mujer "debe" lucir la piel, exhibir la belleza. La "mami" venezolana, curvilinea y apetecible. ¿Quién te culpa Adriana? ¿El que consume la pornografía sin disimulo? ¿El que se le van los ojos detrás de la revista con la chica en traje baño? ¿el que hace bromas de mal gusto sobre la gordura? ¿El que alaba las curva del seno falsa? ¿El que idolatra a la belleza, de plastico, barata, la que se compra, la que se obtiene por bisturí, la que cuesta una quincena - quizás dos -, la que es fácil de consumir? ¿Quién te gusta Adriana, desde el altar del prejuicio? ¿La mujer que critica a la otra? ¿La que llama puta a la diferente? ¿La que cree que la palabra lesbiana es un insulto? ¿La que habla de la "santidad del matrimonio" y se siente protegida por un estado civil? ¿Quién pasa la página de tu muerte Adriana? ¿La madre que no educa a la hija para pensar sino para verse bella? ¿La que le compra un par de tacones antes que un buen libro? ¿La que aconseja callar antes de discutir? ¿La que insiste que un hombre al lado te representa? ¿Ellas te lloran? ¿Ellas te ? comprenden? ¿Que miran en ti? ¿Que comprenden en tu muerte? Si, es que la comprenden, claro está.

Cierro el periódico. Me encuentro en la sucursal de un banco cualquiera del ciudad, atestada de público. Un tipo desconocido me miró leyendo la noticia y cuando levanto los ojos me está mirando. Aguardo, con la ira muy cerca de la superficie, con una sensación de tristeza por esa desconocida Adriana que ni yo misma me puedo explicar.

- Otra loca que va a que la mate un matasanos - comenta. Lo miro y siento la furia colorearme las mejillas. ¿Otra? Es verdad, casi son quince. Las que sabemos. Quince mujeres que necesitaron comprenderse a través de la belleza básica, de la belleza que se anuncia, de la que se dobla en un periódico.
- Otra mujer triste que decidió que tenía que ser bella - contesto. Y tal vez en voz demasiado alta. El hombre parpadea. Una señora madura a unos metros de donde nos encontramos vuelve la cabeza con atención.
- La mujer Venezolana es arregladita, le gusta serlo, está bien que lo sea. Pero buscate a un médico de verdad - dije el hombre. Y sonríe. Probablemente cree que diré que sí, que el problema es Adriana y su estupidez, que el problema fue su decisión. Aprieto las manos para no soltarle un bofetón. 
- La mujer Venezolana merece ser libre y no tener que pensarse como arregladita - esta vez si grité. El tipo retrocede, asombrado y desconcertado y cuando se voltea, le escucho decir algo que sonó a "loca". La Señora más allá me mira también asombrada, pero luego hace algo muy extraño. Sonríe. Con tristeza, con experiencia. Una sonrisa que parece decir cien cosas distintas.

Nosotras nos entendemos, parece decir esa sonrisa. Nosotras sabemos que es verdad.

Camino por la calle. Miro a las mujeres de mi país, a las normales, a las presurosas, a las preocupadas. Y a las realmente bellas: a las que sudan cada palabra, a las que ríen a mandíbula batiente, a las que corren a subirse al autobús  a las que caminan muy rápido con un niño que grita de la mano. La anciana que camina despacio, la madura que mira preocupada el día a día. Esa es la verdadera belleza de este país. Esa es la herencia de lo hermoso, lo poderoso de lo femenino en esta Venezuela extraña, hermosa y querida. Ese es el poder de la mujer Venezolana.

El poder de algo más esencial y poderoso que lo superficial: la libertad.

C'est la vie.

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