viernes, 10 de agosto de 2012

De los delirios y otras cosas: ¿Quien soy? y otras preguntas incomodas que el cercano cumpleaños me hace hacerme.





Casi entrando al mes de mi cumpleaños - faltan dos semanas, pero ya me entiende el posible lector - uno comienza a tener todo tipo de pequeñas reflexiones sobre el año de vida que acaba de culminar y el que comenzará dentro de poco. Todo parece sugerir esta revisión: desde la ropa que comienzas a desechar y que hace seis meses te pareció hermosa, incluso los libros de los cuales hacen relecturas. La vida parece avanzar muy rápido, trepidante digamos, en esa especie de cronología propia que no sabemos muy bien a donde va, pero que a todos termina asombrándonos su rapidez.

Hoy por ejemplo, me ocurrió algo muy curioso. Entré a un foro de lectura en busca de un dato especifico sobre una publicación, cuando encontré una discusión abierta sobre el género más popular en los últimos años entre la juventud: el vampirismo. Lo eché una ojeada con cierta desconfianza: después de todo, cualquier lector sabe cuan bajo ha caído la calidad literaria acerca del monstruo eterno, luego de convertirse en un producto pop de ínfima calidad. Y tal vez por ese motivo me sorprendió tanto leer los comentarios de un grupo de entusiastas, hablando con gran propiedad de clásicos como Sheridan Le Fanu y Polidori con tanta tranquilidad como de la reinvención del mito que llevo a cabo la escritora Anne Rice. Me hizo sonreír, porque de pronto me sentí extrañamente ¿Vieja? al recordarme a mi misma hace diez o quince años, pensando en los mismos términos, reclamando las mismas torpezas y muy consciente quizás, de mi papel como joven lectora. Esa pasión, esa furia, esa necesidad de reconocerme en una identidad personal.

Fui una niña muy inquieta. No especialmente traviesa pero si bastante dada a la preguntadera indiscriminada, a revolver lo que no era mio y sobre todo, a disfrutar con bastante desparpajo de la curiosidad como arma de guerra. Recuerdo que mis primeras lecturas estuvieron salpicadas entre lo que "podía leer" y lo que se suponia no-podía-leer-porque-no-entendería, entre lo que se contaba clásicos de toda la vida y baratillo literario. Y entre las dos cosas me crié: leí Entrevista con el Vampiro antes que fuera una película - y no entendí nada de nada, pero igualmente amé a esa Claudia atormentada y terrible - y a una Oriana Fallaci que me hablo de la maternidad como nunca la pensé. Revolví clásicos rusos y los leí sin saber que no podía y me hice asidua a los grandes maestros del terror, alimentando mis pesadillas con imagenes que ya eran muy viejas cuando yo las creí desconcertantes. Todo era un descubrimiento, todo era ese asombro absoluto de mirar en torno y preguntarte ¿Que pasa aquí?

El tiempo pasa a través de lo que nos recuerda quienes somos, pienso a veces. Tal vez por eso fotografío. Fotografío y leo por casi las mismas razones: para no olvidar, o mejor dicho, recordar todos los días quien soy y a donde me dirijo. Una razón muy pequeñita, sin duda, le parecerá a algún posible lector, para ir por la vida enarbolando una cámara y un libro como escudo y espada. Pero para mí, no hay otra manera de hacer las cosas. Hay un camino a medio construir que parte de ese asombro por todas las cosas y las palabras con las que sueño cada día. Los libros que llenan mi habitación, las fotografías colgadas en la pared, todas las hojas a medio escribir que llenan todos los espacios de mi vida. Me pregunto en ocasiones si hay tanto que decir sobre mi vida, y de pronto, tengo una idea casi mística que si, que sin duda, todas las vidas están llenas de escenas infinitas, como un espejo perdurable donde podemos mirarnos para comprendernos al crecer. Y que lección tremenda, temible, cuando el reflejo que recibes eres tu misma en todas las edades, en todos los tiempos, una mujer que es una niña, la niña que se hizo adulta, la fotógrafa que se hace preguntas, la escritora que no sabe que lo es, la lectora que necesita leer a diario, sin pausa para obtener un poco de paz. Y caminas, de un lado a otro llevando tus historias, bien apretadas en el pecho. Y caminas, mirando alrededor, soñando con esa identidad que construyes de ti misma cada día, cada noche, todas las veces que te atreves a abrir otra puerta en tu mente, sin saber a donde conducirá.

Divago, si. Me hace sonreír hacerlo, sentada en pijamas con mi eterna taza de café en la mano. Hablaba al principio de los recuerdos que no son tales, de esas pequeñas cosas que te recuerdan el mundo que has vivido y que vivirás. Y por esa razón, tomo "Carta a un niño que nunca nació" de Oriana Fallaci y comienzo a leerlo de nuevo, aterrorizada y fascinada, deambulando entre sus letras con la misma libertad de la niña que lo leyó por primera vez. Porque este sueño de todos los días, no parece terminar jamás. porque esta esperanza que nace a diario es parte de mi identidad.

C'est la vie.

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