jueves, 8 de septiembre de 2011

Proyecto 30 Libros: Uno para leer por fragmentos




Se ha dicho muchisimo sobre Truman Capote: se le critica por su vida, se le respeta por su obsesiva devoción a las palabras,se le ama - o también se le odia, al cabo es un poco lo mismo - por su perspectiva sui generis de la vida. El caso es que a nadie le resulta indiferente este escritor poderoso, temperamental, extravagante, exquisito. Tal vez por esa incapacidad suya de adaptarse a la norma social y su profunda animadversión a esa complejidad inquietante que llamamos normalidad. Capote siempre será el epítome del escritor transgresor, del creador llevado por la inquietud de desmenuzar el mundo en palabras.

Porque en realidad, de eso se trata la obra de Capote: una mirada densa y minuciosa sobre el mundo. Y "Los perros Ladran", su obra recopilatoria, es quizá una colección de momentos exquisitos que solo puedes leer en fragmentos. Comprenderlo a base de paladear las pequeñas escenas como parte de un todo un poco desdibujado, un cuaderno de notas sutil y bien estructurado, que nos da una visión de un Capote mucho más personal y caótico que el escritor de crónica que aterrorizó a buena parte de la población americana con su opera prima "A sangre Fria". En "Los Perros Ladran" , Capote crea un mundo tan privado como lleno de significado, borda con cuidado una idea sobre su obra que hasta entonces había sido desconocida para el lector: su capacidad para contemplar el mundo con cierta ternura meláncolica.

Sin duda, una obra autobiografica por donde se le mire, "Los Perros Ladran" retratan no solo al joven Capote y más tarde, al Capote escritor, corrosivo y furiosamente cínico, sino a la época a la que se enfrentó y al mundo que disfruto. Los textos - desordenados, caóticos, pero unidos por ese hilo conductor sutil que Capote podría haber llamado ideario -  Constituyen, en palabras del autor, un mapa en prosa, una geografia inédita sobre el mapa de su mente, una manera de mirar la realidad inusitada y pausada, que otorga una nueva dimensión a la narrativa del escritor. Por sus páginas desfilan personajes conocidos, como André Gide, Cecil Beaton, Colette o Greta Garbo, y también otros anónimos aunque igualmente antológicos, como su inolvidable criada siciliana; Hyppolite, el sorprendente pintor haitiano;y, sobre todo, Lola, el cuervo que fue su mascota durante un año que protagoniza uno de los textos más extraordinarios de este libro.

Integra también el volumen Se oyen las musas, la primera muestra de ese género inventado por Capote, la narrativa de «no ficción», en la que cuenta la gira por Rusia que en 1956 llevó a cabo la Everyman Opera, formada íntegramente por actores de color, representando Porgy and Bess, en una de las primeras iniciativas culturales realizadas por una compañía americana para derretir el Telón de Acero. En ella, la mirada viperina e implacable de Capote nos ofrece un documento de primera magnitud de lo que era la Rusia soviética, en un recorrido por personajes dostoievskianos y situaciones descabelladas a través de un humor rayano a veces en el absurdo. Y, por último, el lector encontrará una pieza titulada «Autorretrato», una autoentrevista en la que Capote nos cuenta, con una sinceridad poco habitual, todo lo que siempre quisimos saber de él y nadie se atrevió a preguntar: sus deseos, frustraciones, gustos y aversiones literarias y personales, y los momentos que, como epifanías joyceanas, respladecen en la memoria de quien fue el último artista de la prosa americana.


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