miércoles, 8 de junio de 2011

De la cualidad del Caos




Abro y cierro libros al azar, desordeno anaqueles, rebusco en cajas y en estantes de mi biblioteca. Cuando el insomnio me lleva al limite de la racionalidad busco la respuesta en el caos, y no podía ser de otra manera. Buscando ayer otra cosa, di con aquella hoja en que había copiado lo que Joan Ferraté afirmaba sobre la franqueza en sus "Cosas de ogros y pigmeos" (Dinámica de la poesía, 1968):

"Se puede ser franco por dos razones: por indiferencia o por exceso de conciencia. La mayor parte de la gente no se siente bastante segura ni tiene bastante imaginación; por eso casi todo el mundo es moderadamente hipócrita. Lo curioso es que a la vez se descubren y consiguen ocultarse. Les basta con que lo que los demás saben de ellos siga, en lo que de ellos dependa, informulado. Hablar es peligroso."

Por eso soy una fiel y ferviente defensora de la diatriba verbal. La polémica, la discusión de las ideas, la transgresión, la no aceptación del dogma ha sido para mi una fuente de inestimable aprendizaje, y más aun: no me permito la comodidad de pensar solo lo que se cree es correcto o únicamente lo que aspiro que lo sea; Disfruto equivocándome, debatiéndome entre las dudas, para finalmente alcanzar una respuesta de la cual afloren una míriada de nuevas preguntas. De hecho, me equivoco muchisimo, construyo mi experiencia a base de errores de juicio y de valor.   Aunque a diferencia de como dice Ferraté, yo siempre lo he hecho desde la más absoluta de las inseguridades (porque la primera que quedaba a la intemperie con sus radicales verbalizaciones era yo misma). Pero aun sí, deslizándome en medio del terrero quebradizo de cierta confusión, me aferro a esa necesidad de creer y no creer, de dudar y confiar, de construirme a base de literales devociones verbales. Ah, sí, sí, mi mente es un ágora, un sala desordenada repleta de libros y pensamientos, consignas pintadas garabateadas en la pared, muebles apiñados la descuido y esa necesidad atroz y demente de comprender, de nunca sentirme feliz con una sola respuesta.

Y no obstante... Al encontrarme con todos esos papeles, con los poemas de Labordeta que no sabía que aun conservaba, con los capítulos de El mono gramático o con ese fragmento de Carson McCullers, he tenido la certeza que mi mundo privado está lleno de una quebradiza intensidad, que me encuentro en un momento en mi vida donde la esencia de lo que creo y espero es más clara y de que todo entusiasmo actual no es más que el anuncio de lo que encontraré, decidida e irritada, en medio de la pasión.

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