martes, 24 de mayo de 2011

La niña que queria fotografiar




Como he comentado varias veces en este, su blog de confianza, tengo una relación profunda y personal con cada una de mis cámaras fotográficas. Tal vez se deba a que han sido mi forma de comunicarme y expresar ideas profundamente personales desde que era una niña pequeña o que para mí son una forma de crear magia, elaborar una idea sobre mi misma tan fuerte como personal. Cualquiera sea la respuesta, todas mis cámaras son parte de mi historia, de un momento de mi vida, de mi manera de esperar y desear una forma de esperanza.

La primera cámara que tuve fue una vieja Kodak de film,una  EC200 comprada en la farmacia con los primeros ahorros. Recuerdo la sensación de profunda fascinación, al recibir las primeras fotografias reveladas, el primer pensamiento de comprender ese pequeño prodigio de conservar el tiempo para siempre.  Y después, el descubrimiento del poder de crear, de esa enorme capacidad de hablar sin palabras, de elevarme por encima de cualquier silencio para comprender mi propio rostro en el espejo.  Fui la niña que se fotografió a si misma, temblorosa y con las manos heladas de puro miedo, el primer nombre a mi voz secreta. La adolescente obsesionada por coleccionar imagenes, una detrás de otra, hasta que tomaron un sentido absoluto, enorme y radical. La mujer que danza entre rostros y diminutas revelaciones en busca de la verdad.

Cada cámara, una historia. Como la fotografía temblorosa que tomé con mi Canon Ef-M durante los saqueos del 28 de febrero de 1989, un refrigerador destrozado y quemado en mitad de una calle desierta que aun conservo. O el retrato que hice a mi taratabuela, sonriente y feliz, inmortalizada en sus eternos noventa años, el cabello blanco ondeando al viento. O la sensación de miedo y terror de mirar una fotografía de mi rostro y no reconocerme en la imagen, de imaginar mil mundos y mil historias por contar de mi propio espiritu. O quizá, ese milagro portentoso de ver aparecer una imagen sobre una hoja de papel, lentamente, emergiendo desde la oscuridad, delineandose hasta nacer de mis manos, de mi imaginación.  Todas las palabras, todas las voces de mi memoria, todos los tiempos de mi mente, abriendose en todas direcciones a través del lente de mi cámara.
 
Sí, todavía siento ese ligero sobresalto al mirar el mundo detrás de la cámara. Un segundo y el mundo cambia para siempre, ante mis ojos. El pequeño prodigio. Sonrío, ante la sensación que me recorre. Pasión, roja pasión de mil fuegos eterno. Un rugido en mis sienes, una fabulosa sensación de deliciosa libertad, mitologia energía de mil Dioses mudos. Continuo mirando el mundo a través del ojo de la cámara. Pero la sensación sigue allì, evanescente, poderosa, ligeramente dolorosa.

Un deseo en mil fragmentos de luz.

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