sábado, 30 de abril de 2011

La deliciosa y perturbada conciencia del ser.






Desde hace varias semanas, encontrándome un poco ofuscada por todas las que necesito llevar a cabo antes de final de año, he estado recordando cuando era niña y los proyectos surgían cómodamente del colegio, todo era más fácil. También yo estaba más entera y parecía poseer unos pocos vicios definibles: libros, libros, libros, escritura, una cámara manual de dudosa calidad; no hubo otra edad en la que tan perfectamente y con indiferencia absoluta de todo lo demás, un libro y yo formásemos un universo suficiente (así fue como conocí la jouissance del texto, mal que les pese a Harold Bloom y a George Steiner). Ocurre, además, que soy en extremo perfeccionista y critica con todo lo que hago, y que en cuanto decido completar mi portafolio, terminar unos cuantos cuentos a medio terminar y comenzar una narración nueva, recuerdo que también podría seguir la abandonada lectura de Alejandra Pizarnik --por no hablar de mi pobre e intrincado Celan, de Cernuda, de la Dickinson, de Hierro, de Juan Ramón--, o emprender  - de nuevo - la de Ana Karenina, o revolver de nuevo mi biblioteca y darle unos toquecitos por aquí y por allá de renovada vitalidad. 0 meterme en el Archivo Histórico de la biblioteca Nacional y someterme a su tortuoso sentido de la biblioteconomía con el objeto de reunir los materiales necesarios para completar mi retrospectiva histórica sobre la Caracas del pasado, o regar mis irregularmente cuidadas plantas, o comprar un plano de Praga - o Florencia -  y comenzar a trazar itinerarios con tanta minuciosidad y expectativa para crear en mi imaginación un futuro promisorio, o darme de baja en la simple cotidianidad, escribir todas las escenas inconcretas, abstractas, incompresibles, deliciosas, con las sueño y despierto --ábrase la tierra, estreméscanse mi delirio más profundo-- librarme definitivamente de mi confusa insatisfacción (grandes carcajadas entre el auditorio). De modo que al final no hago ninguna de esas cosas, y la voluntad me acaba por abocar al primer capricho dulcemente improductivo que se pone a su alcance (el viernes por noche leí de nuevo todos los libros de Bukowski que encontré en una caja perdida bajo mi cama ).

En fin.

0 comentarios:

Publicar un comentario