lunes, 24 de enero de 2011

La profunda belleza de la cotidianidad.



Vi esta pelicula siendo una niña. Tendría unos 11 o doce años a lo sumo y la recuerdo con especial cariño porque fue una de las primeras que disfruté en el pequeño ( y ahora destruido ) cine de la Previsora, el lugar por excelencia del cinéfilo independiente en la Caracas de principio de los noventa. Mi prima mayor, quién vivía por entonces lo que podríamos llamar una etapa Bohemia, la que me guiaba en los terrenos del buen cine. Uno de sus grandes aportes a mi memoria cinematográfica, fue desde luego, Marty de Delbert Mann.

No es una película perfecta, por supuesto, pero se te queda grabada en la memoria por muchas y diversas razones, tal vez la dirección sencilla, el manejo cuidadoso de la trama y un guión sensible, que pespuntea las emociones con todo cuidado, hasta lograr un leimotiv sumamente sentido y sencillo. Una obra maestra de los detalles sutiles. De hecho, toda la trama transcurre en dos y sin embargo, la forma de plantear la historia es tan Universal y espléndida que toca todo tipo de registros posibles: desde la melancolía de una vida carente de matices hasta la fuerza de un espíritu que aspira a algo más que la simple cotidianidad. Marty es un hombre de 34 años, con algo de peso y no muy agraciado, enormemente amable y cariñoso, que no tiene suerte en el amor. Sus sábados por la noche son de lo más rutinario, y su existencia se limita a trabajar en una carnicería y cuidar de su madre, con la que vive. Hasta que, casi por accidente, conoce a una mujer en su misma situación.


Delbert Mann ya había dirigido una versión para la televisión dos años antes, con Rod Steiger en el papel principal, y lo cierto es que la película tiene ciertos ecos televisivos, sobre todo en la técnica, muy típicos de la época. Recordemos que Mann fue ante todo un director de televisión, aunque su huella en la pantalla grande nos ha dejado grandes recuerdos, como el que nos ocupa, o la también increíble ‘Mesas Separadas’, de la que ya os hablé en su momento, y en la que también había ciertos tics televisivos. Lo que destaca sobre todo es la delicada sensibilidad del director a la hora de tratar un tema que podría haber caído en el más grande de los ridículos, o incluso en la manipulación en la que suelen caer este tipo de films. Pero no, nada de eso hay en ‘Marty’.

Ernest Borgnine crea un personaje inolvidable: Los diversos rostros de Marty, su evolución dentro de la historia, le da un peso y una textura tan real que muchas veces me sentí que espiaba desde algún punto remoto las discretas confidencias del epítome de la cotidianidad. La forma como cada emoción se plasma con absoluto realismo, sin exageraciones, sin grandes desbordes sentimentales, sino con una sutileza profundamente sentida, le da un dominio completo de todas las situaciones planteadas por el guión, incluso las más simples, que son resultas a través de recursos profundamente poderosos como una mirada, o un leve gesto del rostro del personaje. Toda sensibilidad, toda delicadeza, la película jamás se deja encasillar en un único patrón definido: aborda la tristeza con gran humor y la espiritualidad con un espíritu cotidiano casi llano. No obstante, todos los elementos se encuentran perfectamente equilibrados dentro de una idea única: Marty, como un rostro en medio del anonimato, recreando la vida resignada y magnifica de un alma atrapada dentro de una circunstancia amable y tal vez aplastante en su normalidad.


Lapieza tiene una importancia histórica dentro del cine americano por ser la primera vez que el realismo, por así llamarlo, hacía acto de presencia en un film de una forma tan poderosa, llegando a un nivel de naturalismo visiblemente patente, sin duda uno de sus grandes aciertos. Como también lo es su corta duración, poco más de hora y media, muy bien condensada, donde hay tiempo de sobra para hablar de todo: el primer amor, el rechazo del sexo puesto, los celos de los amigos, la protección de una madre, el agobio de una suegra, los problemas matrimoniales, y sobre todo, el darse cuenta o no de cuándo la felicidad llama a tu puerta, y a pesar de lo que te digan, maldigan o bendigan, debes abrir esa puerta sin importarte nada más.

Cada vez que veo esta pelicula, me encanta imaginar a Marty, con todos sus pequeñas manías de soltero cuarentón, sentandose junto al teléfono esperando la llamada de a esa mujer que representa todos los descubrimientos, un rostro nuevo de la vida que parecía no tenía nada más que ofrecerle. La campanilla sonará y la noche se llenará de significados. Levantará la bocina, sonreirá y con ese pequeño gesto se enfrentará al temor, al tiempo enervante y a la idea sencilla que intentó atraparlo en un momento del que escapará, con la decisión de encontrar un significado, un lugar en medio de su propio espiritu.

Tal vez, simplemente decidirá ser feliz.

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