lunes, 16 de agosto de 2010

Divagaciones de una Tarde de Lluvia



Leí por segunda vez el libro Girl, interrupted, de la autora estadounidense Susanna Kaysen y experimenté otra vez ese vacio que nace de una visión diminuta de ciertos hechos de la vida. Un retrablo en miniatura de un momento, como diría Marcel Prost. Un sueño que se rompe en dos partes a partir de un año bisiesto intelectual, en las palabras de la siempre ocurrente Rosa Montero. Una pesadilla corta, opina la augusta Aglaia Berlutti, anonima escritora.

Girl, Interrupted, publicado en 1993 con grandes elogios de la critica, es una intensa y sorprendente historia sobre los dos años que pasó la autora en el pabellón de de adolescentes del hospital Siquiátrico Mclean, en New England, a finales de los sesenta. La prosa de Susanna Kaysen es concisa, elegante y, en ocasiones, oscuramente cómica. A través de sus ojos, conocemos un extraño elenco de personajes: los médicos, las enfermeras y las otras muchachas del pabellón. El libro tiene más preguntas que respuestas ( acerca de lo que significa estar "loco", quién lo está y quién no) pero aun así consigue, mediante la perspicaz y sencilla mirada de la autora, ser profundamente satisfactorio.

Leí el libro por primera vez cuando tenía 21 años y me estremeció. Pensé en la anodina situación de ser juzgada "demente" por el mero hecho de no encajar en el molde común. Y aunque no estuve jamás en un pabellón siquiatrico, y los problemas de Susanna y los mios son del todo distintos, coinciden en un punto peligroso: ambas nos sentimos, en un momento dado, demasiado sensibles y aisladas para formar parte de la cotidianidad. Muchas veces desperté aterrada por el hecho que estaba sola en mi mundo, en mis sensaciones, en la irracionalidad. De la misma manera que Susanna, recorrí un largo camino, derrumbando obstaculos visibles en mi personalidad, buscando un significado a toda la excentricidad de mi vida. Sufría de horribles ataques de ansiedad. En los años siguientes, las cosas fueron empeorando silenciosamente. Me hundí en una ciénaga de pensamientos y dudas que resultó ser un lugar peor que una sala de siquiatria: mi mente. Por muchos años fuí una persona pálida y agotada, aturdida por la realidad, y aplastada por mi propia ficción.

Pero como Susanna, sobreviví. Y ahora soy lo suficientemente fuerte como para afrontar que la selva de la ideas es más profunda y peligrosa que la real. Creo que el camino de regreso a la cordura, lo que sea que signifique eso, está plagado de autodescubrimiento y sobretodo, de absoluta fe en uno mismo.

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