viernes, 13 de agosto de 2010

De los sutiles misterios de la Locura: La singular historia de la la condesa de Castiglione

De los grandes personajes del siglo XIX, la condesa de Castiglione permanece como una de las más extrañas y fascinantes. Ella era la astuta prima del Con de Cavour, el hombr detrás de la unificación italiana: una deslumbrante belleza que escandalizó al beau Monde de París del Segundo Imperio y una exótica mujer que uso sus poderes de seducción para ser la amante de Napoleón III. Pero esto no se compara con el más gran de sus affairs. que comenzó en 1856 cuando fue por primera vez donde Mayer y Pierson, los fotógrafos favoritos de la corte Imperial. En las próximas cuatro décadas, colaboró con uno de los fundadores del estudioo, Pierre-Louis Pierson, en cientos de sesiones en un gran esfuerzo para conmemorar su imagen a través de la naciente fotografia. En esta notable obra, es un legado de la vanidad de una mujer que al final la llevó a la locura.

Nacida con el nombre de Virginia Oldoini, la Condesa comenzó sus aventuras en el escenario internacional el día de navidad de 1855, cuando llegó a París con su marido, el conde Francisco Verasis de Castiglione y su hijo Giorgi. Al parecer, estaban allí para devolverle una visita a la prima de la condesa, María Anna Walewska, cuyo marido, el conde Alexandre, era el hijo de Napoleón I. De hecho, la Condesa fue un peón durante la campaña para unificar Italia; el Conde de Cavour, ministro de Víctor Manuel II, rey de Cerdeña y el Piamonte, le había enviado para conquistar a Napoleón III para su causa. Con solo 18 años, la condesa fue el paradigma de la belleza del Segundo Imperio: voluptuos, con una pequeña boca fruncida, bellos brazos con Hooyuelos y una abundante cabellera clara.

Los bien relacionados Castiglione no esperaron mucho para ser llevados a la Corte. En pocos días, fueron presentados a Napoleón III y a su emperatriz, Eugénie, en un baile imperial. Las entradas de la condesa a las fiestas y bailes se convirtieron en leyenda.Siempre tarde, hacía que su marido la escoltara a una esquina del salón donde observaba la gran atención que su presencia producía. Allí, esperaba a que los anfitriones realizaran las presentaciones y se emocionaba solo cuando el emperador o la emperatriz la saludaban.

Sion mebargo, cualquier relación era poco al lado del affair más duradero de Castiglione que comenzó ese mismo año, cuando por primera vez posó para lo que serían más de 400 sesiones frente a la cámara de Pierson. El resultado de esta magnífica obsesión permanece como uno de los más fascinantes legados de la vanidad de una mujer. Con algo de Cindy Sherman en sus incesantes y complejas invenciones visuales y algo de diva de pantalla grande en su obsesión por sí misma y por la necesidad de adoración, Castiglione aún vive en nuestra época de celebridades obsesionadas con la imagen. ¿Fue Patriotismo lo que la motivó o mera ambición y narcisismo? A su calculada relación con Napoléon III, Castilgione suma verdaderas amistades y relaciones amorosas con hombres de estados y escritores que la adoraban, lo que sugiere algo más de sustancia en ella. Como una joven muy dueña de sí misma, la condesa ocultó todo signo de profundidad.

En un intento por describir sus triunfos, la condesa a manuedos los recreaba en el estudio de Pierson, años después de ocurridos a través de la fotografia. Cada uno de los momentos de la vida de la Condesa parecían fielmente retratados a través de las imagenes, una idealización de su propia perspectiva conceptual.

Otros artistas no prosperaron con esta exigente modelo. Se decía que la condesa había roto su retrato de Baudry cuando alguien sugirió que éste era más hermoso que ella misma. Y un retrato de George Frederic Watts nunca fue terminado porque según contó el pintoir, " el excesivo amor de la condesa por la adulación me era tan desagrable que preferí abandonar el proyecto, sabiendo que nunca la iba a complacer"

El trabajo de Castiglione y Pierson, también incluyó momentos de intimidad fotográfica. En algunas imagenes, ella seductoramente dejó que sus hombros emergieran a través de nubes de tul. En otras, está recostada y cubierta con un delgado chal que revela sus pechos sin corsé.  También hay varias en las que muestra sus piernas regordetas mientras se sube las faldas. La cabeza de Castiglione no estaba en esos retratos, que eran chocantes en su tiempo, por la desenfrenada adoración delk siglo XIX por las piernas y pies femeninos que se escondian bajo capas de crinolina. Incluso para actuales espectadores, estos trabajos aún continene una carga erótica.

Castiglione tenía material ilicito en mente. Como otras mujeres con estilos en los altos círculos, la condesa estaba fascinada por las cortesanas elegantes, las prostitutas bien arregladas cuyas extrasvagantes vestimentas y posturas adoptó en su repertorio. Castiglione incluso se aventuró en su oscuro mundo de Glamour y cenó una vez con Giulia Barucci, quien se jactaba de ser "la grande puttana del mondo"

La flor de Narciso se marchita lentamente.


En el año 1861, Castiglione regresó a Francia, luego de una breve temporada recluída en Napoles por motivos de salud y se fue a Passy, donde tenía de vecinos a pierson y al famoso doctor Blanche, cuyo hijo era el artista eduardiano Jacques Émile Blanche. Sin embargo, su privilegiada posición en la corte Imperial fue disiminuyendo en su influencia: Napoléon II tenía un nuevo objeto de deseo y las mujeres de la corte, constantemente desairadas por la actitud arrogante de Castiglione, la condenaron a un exilio soterrado que finalmente se convirtió en una expulsión de los iluminados salones de la realeza hacia el año 1863. Las Damas de la corte de la Emperatriz tuvieron un papel preponderante en su Ostracismo; La princesa Metternich escribió en sus memorias que si Castiglione "hubiese sido simple y natural, habría conquistado al mundo. Por supuesto, estamos felices de que la condesa no fuera más simple..."


A pesar de ello, la condesa continuó canalizando su talento dramático en sus retratos. Una imagen la muestra admirandose en un gran espejo que Pierson tenía en el estudio. Como lo noan Pierre Apraxine Y Xavier Demange, criticos de fotografia, Pierson y Castiglione tenían una sofisticada forma de transmitir la emoción, drama e incluso movimientos con las limitadas técnicas con que trabajaban. Quizás en una de las fotografías más memorables, Castiglione asienta una disimulada mirada de soslayo al observador a través de un marco vacío de una pintura; detrás de ella se puede ver el instrumento que se utilizó para mantener fija la cabeza de la modelo durante el largo tiempo que requerían las exposiciones. En otras, es captada fuera de foco, abstracta, una ensoñación de otro.


Luego de la muerte de su hijo en 1879, la condesa comenzó a mostrar signos de extremo desequilibrio mental. En un nuevo departamento en Place Vendome, hizo decorar las habitaciones de negro. Las persianas se mantuvieron cerradas y retiraron los espejos: La condesa no podía enfrentar su decadencia física. En esta funebre atmósfera, clava la mirada en los testimonios de Pierson, huella de su belleza.  No es extraño que simbolistas y estetas como Jacques- Emile Blanche, su buen amigo y posible amante, el poeta Robert de Montesquiou y la Marquesa Kuisa Casati, aristócrata italiana, se obsesionaran con esta visión, un vestigio decadente de un período considerado licencioso y amoral.

A veces, Castiglione salía de su hermetismo para ser capatada una vez más por Pierson. Los resultados son dramáticos y relevan el desengaño y demencia de Castiglione. En las fotografias, ella ha perdido su figura, diente y pelo; con su endurecida cara maquillada como prostituta y su ropa raída como vagabundo.  En una, quebrantada u artrítica, yace en un sofá en una extraña evocación de la antigua seductora, mientras en otra, posa con un abrigo de terciopelo rodedado de piel de armiño de sus tiempos de gloria, ahora arrugado y apolillado como ella. En un eco macabro, incluso tiene sus pies y tobillos hinchados captados por la cámara de Pierson.

Un poco antes de su muerte, la Condesa hizo un desesperado último salto a la inmortalidad al planear una muestra como parte de la Exhibición Universal de 1900, la Gran exposición de París. Ella propuso mostrar con el título "La mujer más bella del siglo" casi 500 imágenes de sí misma en sus horas brillantes. En la víspera del nuevo siglo, muere a la edad de 62 años y su proyecto quedó en la nada.

Incluso, uno de sus últimos deseos, era ser enterrada cin un vestido que usó en Compiégne ( la casa de campo de Napoleón III) en 1857, fue ignorado. En cambio, los recuerdos de su vida fueron rematados. Todas sus posesiones terminaron en manos de la excéntrica marquesa Casati, la musa de Gabriel D'Annunzio y Montesquiou compró la mayoría de las fotografias en venta. El libro homenaje que publicó en 1913, puede incluso haber favorecido a su protagonista. Más tarde, la colección de Montesquiou se dispersó en museos como el Metropolitano y el Compiegne, aegurando, como lo deseaba la condesa, que sus enigmáticos retratos permanecieran como persistente testimonio de su fascinante belleza.

Una imagen radiante, un sueño esporádico donde la vanidad, la locura y una muestra inigualable de imaginación se alzan para recrear la busqueda de la estructuración detrás de la imagen. Como fotografa, los retratos de Castiglione me han fascinado desde la primera vez que los ví, por su magnifica expresión de una idea frágil y quebradiza de la belleza. Una irreal contudencia, una visión hecha realidad.

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