jueves, 18 de junio de 2009

Que deseo suculento.


Recomendación músical del día, para cerrar con buen gusto la obra de hoy: Jace Everett, con su deseo ferviente de hacer malas cosas con la afortunda de turno. Como probablemente el hipotético lector sabrá - a menos que haya estado viviendo bajo una piedra o arrojado el televisor por la ventana - se trata del tema introductorio de la serie True Blood, que comenzó su segunda temporada el domingo pasado. Basada en la saga literaria Vampiros Sureños escrita por Charlaine Harris, la serie cuenta las peripecias de Sookie Steakhouse, camarera y telépata, en un mundo donde los vampiros se han integrado la desconfiada comunidad humana gracias a una revolucionaria invensión japonesa: sangre artificial. El novedoso descubrimiento, llamado comercialmente True blood - sí, la serie recibe su nombre gracias a la bebida - en apariencia sanja el problema de la especial dieta de la población inmortal, por lo que los vampiros deciden salir de su ancestral anónimato entre la leyenda y el mito popular para ocupar un visible en la sociedad. ¿Un argumento absurdo? Podría serlo, pero el director Alan Ball ha sabido dotar a su serie de una intrincada doble lectura: el racismo, el odio al diferente, el temor al otro. Entre gemidos y sorbos de sangre, la serie avanza a trompicones hacia el cínismo moral más desconcertante.

De manera que, a disfrutarla, quienes tienen la bendición del cables y quienes no, a suplicar la gracia de algún fanático de series que se haya tomado la molestia de subirla a algun sitio en la red. Sin nada más que decir, se baja el telón por hoy!

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